miércoles, 21 de octubre de 2015

Ruta del Silencio. Los Oscos

Perfil de la ruta
Salida y llegada: San Cristóbal en Villanueva de Oscos
Distancia: 13,8 km
Duración: 4:30 h (sin contar paradas)
Subidas acumuladas: 750 m
Altura Inicial: 751 m
Altura máxima: 822 m
Fecha de realización: octubre de 2015
Dificultad: baja
Track de la ruta



Mapa de la ruta
 Cerca de Villanueva de Oscos se encuentra el Monte de la Bobia que cubre el hermoso valle regado por río Ahío (algunos mapas lo llaman Río de la Bobia). Entre la abundante vegetación arbórea encontramos bosques de castaños, de robles y hasta de madroños con presencia también de alisos, olmos, avellanos, abedules, servales y acebos. Los musgos espesos cubren las murias de antiguas fincas y los corros o “corripas” donde se almacenaban los erizos de las castañas y algunos truébanos (colmenas construidas tradicionalmente en un tronco vacío) dan fe de los usos de otros tiempos; algunas aldeas en ruina (Mourelle, El Brusquete) nos informan de poblaciones que mudaron la dureza de estos valles por otras vidas. Por este precioso valle discurre la ruta PR AS-209 “Ruta del Silencio” que en el otoño nos sumerge en otro mundo mitad antiguo mitad mágico.
Entrando en San Cristóbal (Sancristobo).

Elegimos esta ruta otoñal para dar cauce a las expectativas montañeras de los miembros de la Comunidad Educativa del IES Rosario de Acuña de Gijón que se organizan trimestralmente. Nos acercamos a San Cristóbal (San Cristobo) por una estrecha carretera que sale de la AS-13 dos kilómetros después de cruzar el puerto de La Garganta en plena comarca de Los Oscos en el occidente de Asturias. La citada carretera se coge entre dos casas después del desvío hacia Penacoba.
Hórreo y vivienda en San Cristóbal.

Dejamos los coches en un camino que sale a la izquierda en la última curva antes de llegar a la aldea, justo donde un panel con necesidad de reposición nos informa de algunos pormenores de la ruta, de San Cristóbal y de las vicisitudes de algunos de sus habitantes durante la Guerra Civil, entre otras cosas.
Iglesia de San Cristobo.

Comenzamos la caminata cruzando la aldea; unas casas están en ruina y otras han sido restauradas recientemente pero todas conservan su antigua hechura y nos sumergen en otros tiempos. Dejamos a la izquierda un magnífico hórreo al lado de una estrecha y bella casa de tres plantas (la inferior sería la cuadra y en las dos superiores estarían destinadas a vivienda) y más abajo, a la salida, encontramos la pequeña iglesia de San Cristobo perfectamente integrada en el pueblo; la arquitectura popular utiliza lo que tiene a mano y aquí reina la pizarra.
Por el bosque de castaños.

Sumergido en un bosque de castaños, el camino desciende dando varias revueltas y cruza dos arroyos hasta encontrar el río Ahío. Seguimos por su margen izquierda y dejamos atrás pequeñas cascadas y pozas y las ruinas de un antiguo molino, siempre bajo los castaños y los robles, hasta alcanzar el puente de piedra que lo cruza.
Puente sobre el río Ahío

Restos de un corro o "corripa" donde se almacenaban los erizos con las castañas.

Pozas y cascadas cercanas al Molín de Mourelle.

Enseguida encontramos los restos del antiguo Molin de Mourelle y, más adelante, al comenzar la subida, aparecen los madroños: al principio son ejemplares solitarios pero, más arriba, cerca de la abandonada aldea de Mourelle, forman un bosquete en la ladera derecha.

Vivienda en ruinas en la aldea de Mourelle

En este punto, la senda ha desembocado en una pista maderera y los pinos cubren las zonas más altas de la sierra. La fuerte subida no da respiro y alcanza la cota de los 800 metros al dar una aguda revuelta a la derecha. Aquí dejamos la pista subir hasta la cumbrera de la sierra donde se encuentra la abandonada mina de La Excomulgada (me gustaría saber el origen de este nombre que sugiere una historia edificante; ¡qué debieron hacer la mina, el dueño o la dueña para que los excomulgaran!) y seguimos de frente por un camino que lleva la dirección del cercano pico Ballongo.
Pico Ballongo.

Al girar el camino a la derecha, tomamos la sendilla que, en unos metros, nos deja en la modesta cumbre. Merece la pena asomarse a su vertical ladera occidental que nos ofrece el valle del Ahío por donde hemos transitado y la zona que nos queda por descubrir. El manto arbóreo otoñal da una amplia y hermosa riqueza cromática que impresiona.
Desde el pico Ballongo: el Monte de Bobia cubre las laderas de la sierra homónima y por el fondo del valle discurre el río Ahío.

Regresamos al camino que ahora desciende y faldea a media ladera permitiéndonos continuar con el disfrute del hermoso valle para, al final, cruzar la Rega do Calvario. Accedemos a otra pista que sube y llanea entre algunas plantaciones antiguas de pinos y nos deja en la abandonada aldea de El Brusquete. Algunas casas están en ruina pero hay una que aún se utiliza pues le llega una manguera con grifo. En este punto paramos a comer.
Aldea de Brusquete.

Después de reponer fuerzas, reanudamos la marcha bordeando por el sur la Sierra de la Bobia. La pista finaliza enseguida y debemos continuar por una senda que va a descender al fondo del valle. De nuevo nos sumergirnos bajo el manto arbóreo de los robles. La bajada aquí es más pronunciada y en algunos tramos se han colocado unas cuerdas para facilitar el descenso pero resultan innecesarias si el terreno no está mojado; el camino es ancho, la inclinación no es tanta  y los escalones ayudan.
Cascada de Celón.

Escalones y una cuerda de seguridad en el tramo más inclinado del camino.


Rústico puente sobre el río Ahio o de  La Bobia
 
Una indicación nos desvía por un estrecho sendero hacia la cercana, hermosa y pequeña Cascada de Celón que forma el Arroyo de la Carriza. Hay que seguirlo con cuidado si está mojado. Retomamos el camino principal y continuamos el descenso (hay otro tramo de cuerdas y escalones) hasta cruzar el Arroyo de la Carriza. Al poco cruzamos también el río Ahío por un rústico puente de madera y encontramos, al otro lado, el desvío a la Cascada del Picón. Son unos 300 metros por una senda con algún paso algo delicado.

Cascada del Picón.

Regresamos al camino principal que sigue un corto tramo en paralelo al río bajo la densa protección de robles y castaños. De nuevo tenemos la sensación de estar en un cuento de hadas: musgos, regatos y bosques umbríos. El camino da un par de revueltas y gana altura rápidamente avanzado hacia el sur. Superada A Pasada das Abrairas, asciende por encima del bosque rodeando por el este la peña de A Peñagorda que veíamos desde el otro lado del valle.


Paisaje de cuento.

Truébano al borde del camino.


Llegando a San Cristóbal.

Un poco más adelante, después de un recodo donde el camino está armado para superar un crestón rocoso, vemos las casas de San Cristóbal y el magnífico bosque que nos ha acogido; tenemos unas vistas formidables de todo el recorrido. No queda más que cruzar un reguero y alcanzar el camino donde dejamos aparcados los vehículos a la entrada del pueblo. 

Lorenzo Sánchez Velázquez




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